Jano García
Arruinarnos para «salvar el planeta».
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¿Hay algo más noble, heroico, épico, grande, trascendente, glorioso y supremo que salvar a toda la humanidad, al reino animal y al planeta? Difícilmente uno puede resistirse a formar parte de los cruzados climáticos que expanden el dogma supremo por nuestro bien, o al menos, eso dicen. No hay día en el que no se asocie una nevada, una gran tormenta o un periodo de sequía al fenómeno del cambio climático. Si nieva es por culpa del cambio climático. Si no nieva también. Si hay lluvias torrenciales es por el cambio climático. Si hay una sequía también. Si hace calor, cambio climático. Frío, cambio climático. Todo es debido al cambio climático. Por supuesto lo causa usted. De China no hablemos... o sí.
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Que el clima cambia es indudable e irrebatible. El clima de la Tierra siempre está cambiando. Ha habido momentos en los que ha sido más cálido de lo que es ahora, del mismo modo que ha habido momentos en los que ha sido más frío. Muchos atribuyen los últimos cambios al aumento de dióxido de carbono (CO2) derivado de las actividades del ser humano. Genial, aceptemos este argumento. ¿Qué país es el que más CO2 emite? China. ¿Cuáles son las 25 ciudades que más contaminan? Veintitrés de ellas son chinas, a las que hay que sumar a Moscú y Tokio.
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Estas 25 ciudades producen el 52% de las emisiones de gases de efecto invernadero del mundo. Pero a los «calentólogos» no les interesa dar a conocer estos datos. Hay un negocio que mantener y eso pasa por señalar al ciudadano de una aldea alemana, al señor de un pueblo de España o al agricultor de una localidad siciliana como los grandes culpables de la «destrucción del planeta» para que se fustiguen y expíen sus pecados pagando tasas Eco-friendly.
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En Occidente hemos decidido seguir los deseos de unos cuantos lobbies, que han encontrado el negocio de su vida vendiendo el apocalipsis que nunca llega. Aplicando políticas verdes, castigando la energía barata y gravando con altos impuestos a los ciudadanos, todos somos cada vez más pobres para que una niña chiflada y su séquito de activistas subvencionados se hagan millonarios a nuestra costa. ¡Qué gran metáfora de la idiocia occidental!