”Desde que murió aquel hombre bajito en el 75, este país no ha parado de perder libertades. Las mujeres solas y borrachas no pueden llegar en paz a casa y las abstemias tampoco.
Somos libres, o eso nos repiten, para abortar a los 16 añitos y eres libre especialmente para amar a otro hombre, mujer, árbol, animal u hortaliza, pero no para odiar, y mira que del amor al odio sólo hay un paso.
Contar chistes sin caer en delito de odio es complicado: nada de s*rasas, t*rtajas, en*nitos, leperos, negr*s, git*nos o sexistas.
La libertad pasa por empoderarse, mostrar tú menstruación y montarte en un barco con dirección a Gaza.
Según quién sea el odiador-odiadora, no es delito orinar en una iglesia o tocarse el chumino en un púlpito (cristiano), claro está.
Odiar no sólo es un sentimiento humano, es una necesidad humana. Los nazis odiaban a los judíos, los árabes y judíos se odian mutuamente, los comunistas y socialistas odian la libertad y yo de pequeño odiaba el pescado y el p*to brócoli.
Las leyes me obligan a no odiar a esos pervertidos que obligaban a unos niños para obtener merienda, a chuparles el dedo gordo del pie.
En este caso, y con vuestro permiso y sin él, los voy a odiar profundamente por el daño mental causado.
Pronto veremos a los okupas denunciar por odio a los arruinados propietarios, a violadores a violadas por no facilitarles la penetración y a pedófilos de campamento de verano por esas miradas de odio de esos padres desasistidos de coj*nes.
¿Quién puede regular jurídicamente los sentimientos? ¿Hay que amar a Pedro Sánchez ? ¿A Mohamed VI? ¿A Carles pigdemont? ¿A Stalin? ¿A Lenin?
Odio la vacuna del COVID-19, la agenda 2030, el globalismo, los anuncios de compresas a la hora de comer y todo lo que me sale de mi anacrónico corazón. Seguiré así mientras viva, ya que no hay nada más humano que odiar ni más divino que amar.”