En 1903, el mundo aún no sabía lo que era el cine como lo conocemos hoy. Hasta que apareció El Gran Robo del Tren.
Duraba apenas doce minutos, pero fue suficiente para dejar sin aliento a una generación entera. Fue la primera vez que una historia completa —con atraco, persecución, disparos y final sorpresivo— se proyectaba en movimiento. Un western que no necesitó palabras para volverse leyenda.
El protagonista, Justus T. Barnes, un actor de teatro de 41 años, encarnó al forajido sin nombre. Inspirado en criminales reales como Butch Cassidy, aún vivo en ese entonces, Barnes cabalgó hacia la historia con una actuación que marcaría el inicio de una era.
Pero fue el final lo que dejó huella.
Sin previo aviso, el personaje rompe la cuarta pared, mira directamente a cámara… y dispara. El público, que nunca había visto algo así, gritó, se cubrió, incluso hubo quienes se desmayaron. Era 1903, y el cine acababa de despertar.
Para el siglo XX, El Gran Robo del Tren fue lo que Avatar sería para el XXI:
una revolución en doce minutos.