Los indios hasta se limpiaban los dientes. Entre los blancos colonos estaba hasta bien visto tenerlos podridos porque era síntoma de que podían gastar dinero en azúcar, que era bien caro. Tenía que ser un lujo revolcarte con una tronca con la boca y el mojino como las de una muerta viviente.
No sé si era Lincoln el que alababa que a sus hijas les oliera el hachazo a cartucho de papel de estraza, lleno de cabezas de pescadilla, tirado en un cuneta una tarde de agosto, así mantendrían a raya a los hombres.
La fama de puerco y borracho del hombre blanco fue legendaria en todo el continente americano durante el expolio y durante siglos después.
Los pobres, que no comían azúcar tenían mejor dentadura e iban vendiendo los dientes para hacer dentaduras para los ricos. Las cosas de la vida.