Crisis RELOADED Crisis. Amarraos los machos a.k.a. El Rincón de Antonio Vol. XCVIII

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Los sueldos son desiguales. Hay mucha gente con salarios bajos y unos pocos que duplican, triplican o cuadruplican lo normal.
Pero en esa escalera económica, ¿sabes qué posición ocupas?
Para ayudarte a responder, he recogido los últimos datos disponibles en España, que el INE acaba de publicar con información de 2023.
El salario mediano en España ronda los 23.350 euros brutos anuales. Esa es la cantidad que nos divide en dos grupos: una mitad gana menos y la otra mitad gana más.
En el gráfico puedes buscar tu salario y ver en qué centil estás.

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Hace dos años, el Banco de España advirtió en su blog de los peligros económicos que conlleva pagar a plazos cualquier cosa, desde un sofá a una barra de labios. Con tono coloquial –y puede que con un punto de regañina– le habló directamente al lector: “Caíste en la tentación y llegas a la caja cargado de prendas. Piensas que quizá no debiste haber cogido los últimos pantalones… Pero en la caja te ofrecen una solución rápida: ‘compra ahora y paga después”. Desde entonces, esa modalidad de adquisición se ha popularizado aún más: ahora se pueden fraccionar las compras tanto en grandes superficies online como Amazon o Shein, como en tiendas físicas de cosmética o en plataformas de venta de entradas —cerca del 60% de los asistentes a Coachella esta última edición se costearon su fin de semana de festival con un plan de pago—. El BNPL (siglas de Buy Now Pay Later, “compra ahora y paga después” en inglés) está a la orden del día.

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Larsen

Clan Leader

¿Y quién certifica que efectivamente son homosexuales los afectados por esta medida? ¿Cómo va eso, basta con autopercibirse como tales y ya te dan el billete?
Van a salir falsos homosexuales de debajo de las piedras para poder beneficiarse del viaje gratis a la tierra prometida. Para estas mierdas son nuestros impuestos.
Europa se está suicidando y asistimos de brazos cruzados a su caída.
 

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En los años 80 la cocaína en España estaba en los bolsillos de la beautiful people, aquellos hombres y sus esposas con poder, financiero sobre todo, y estilo (o eso se decía de ellos) que, una vez conquistado el Ibex, el mercado inmobiliario o la banca, saltaban al ¡Hola! y se convertían en personajes de la incipiente prensa del corazón. Parecían los dueños de una España sin dueño muerto Franco, de un país que empezaba de cero. O estaba en los bolsillos de la jet set de Marbella, la mezcla perfecta de esa beautiful de vacaciones, millonarios más o menos desquiciados, extranjeros turbios, verano y fiestas en mansiones donde los camareros la ofrecían como caviar. También en los bolsillos del backstage de las movidas, o en los de las bambalinas del cine. Había que tener mucha pasta para comprarla o poco apego a la cuenta corriente.

En aquella época la inigualable actriz Chus Lampreave asistía a la fiesta de un estreno en Valencia cuando se escabulló para buscar un teléfono y llamar a su marido Eusebio que estaba en Madrid. «¡Voy a probarla, que la pasan en bandejas!», le anunció emocionada. Él intentó inútilmente disuadirla, porque ya la conocía, así que solo le pidió que tuviera cuidado. Lampreave se quedó desilusionada. Decía que no le había hecho nada, que ella era ya así sin cocaína.

Con la llegada de los 90 y las televisiones privadas y el corazón en la pantalla, España era una tómbola y el prime time se pobló de famosos que contaban sus vidas habiéndose empolvado la nariz antes de salir. Aquella gente no era la beautiful ni los artistas. Apenas se estaban quietos en la silla. Todo cobrando, claro, faltaría más, pero ya el poder adquisitivo había subido y el gramo bajado de precio (hoy sigue costando lo mismo que entonces: 60 euros). Con ellos se veía el durante y el después. Algunos de esos famosos aparecerían años más tarde inflados como balones de playa, el síntoma de que se habían metido mucho durante mucho tiempo y se habían quitado. Después llegaron los años 2000, cuando España era la nueva rica y con ladrillos se construía una ficción que se derrumbaría en 2008. Y la cocaína entró en otra dimensión.

Noche de sábado, cola en el baño de un bar, parejas o tríos que entran juntos y salen acelerados, con las pupilas dilatadas y la lengua desatada. ¿Una rayita?Festival de música, reparto de funciones, unos compran las entradas y otros pillan. ¿Una rayita? Cena de negocios, se cierra un trato y se adereza con copa y visita al baño o se adelanta la visita a mitad del menú para maridar la adrenalina de la caza del contrato. ¿Una rayita? Fiestas patronales, plegaria a la Virgen y tiros en un callejón. ¿Una rayita? O un lunes cualquiera que se tuerce en la oficina pero hay que rendir. ¿Una rayita? O una reunión entre amigos en la que el postre se sustituye por el azúcar glas que alguien ha traído en una bolsita, cerrado con el alambre del pan bimbo. ¿Una rayita? O una fiesta en una casa en la que ya no hay ni que meterse a hurtadillas. ¿Una rayita? O un profesor universitario en su despacho entre clases, harto de corregir exámenes. ¿Una rayita? O un músico azuzando las musas o espantando los fantasmas, que probablemente sea lo mismo. ¿Una rayita? O un camarero escabulléndose al baño para meterse y aguantar. ¿Una rayita? O una modelo tras un desfile, como dice la canción de Loquillo: Chanel, cocaína y Dom Pérignon. ¿Una rayita? O un martes tonto, una presentación de algo. La sociedad hoy vive de networkings y presentaciones, todo en uno, porque todo tiene que ser nuevo, porque cualquier momento es bueno para celebrar, y en la sociedad de la productividad los límites entre trabajo y ocio se difuminan. Y esa presentación acaba con alcohol (siempre hay alcohol) y algo de coca. ¿Una rayita? O dos médicos en un hospital para resistir el agotamiento y estrés de la guardia. ¿Una rayita? O cualquier otra opción porque caben muchas más y todas son válidas y ciertas. Pero ¿por qué?

«España campeona de Europa en consumo de cocaína»; «España se mantiene como líder de la UE en consumo de cocaína»; o «la ONU señala a España como líder en abuso de cocaína» son algunos de los muchos titulares que se han repetido desde entonces.

En las dos últimas décadas, el porcentaje de población en España que ha probado la cocaína se ha triplicado. Doce de cada 100 personas, más de cinco millones, confirman haberlo hecho, la estadística más alta del mundo. En 2007 eran ocho de cada 100. Al comienzo de los 2000, cinco. El país se sitúa también entre los primeros del ranking mundial en su consumo junto a Estados Unidos, Inglaterra, Australia y Países Bajos, o, dependiendo del estudio, en muchas ocasiones en el primero. En Europa el consumo medio de cocaína es del 1% de la población, el doble de la media mundial. Pero en la Europa occidental y central, uno de los mayores mercados, sube la cifra. En España la media es más del doble y se dispara hasta el quíntuple entre los 35 y los 45 años, los mayores consumidores (400.000 adultos de esa edad).

La cocaína está desde hace años integrada en España. Su consumo ya no resulta extraordinario; se ha normalizado. Aunque siga tomándose a escondidas (la ceremonia es parte del consumo) y no se confiese que se hace, es habitual. No sorprende su presencia para quienes la consumen ni para quienes no, al menos en ciertos momentos o contextos y, sobre todo, en ese sector de la población de los adultos entre los 30 y los 50. Su consumo se mantiene estable, o sujeto, como el de tantos otros productos, a los ciclos económicos. Cae con la recesión, cuando se desploma todo, y sube con la recuperación; pero sigue siempre alto, en los primeros puestos de esos rankings cuyos méritos no corren a adjudicarse los gobernantes.

Ya no es la misma coca de la beautiful y los artistas ni la misma droga de las transgresiones, los rituales de paso o el morbo de lo clandestino. Es una sustancia frecuente de los fines de semana, del ocio, de la fiesta, de lo recreativo, cuando mayoritaria, pero no exclusivamente, se utiliza. Tampoco son los mismos consumidores. Es una coca que ha traspasado generaciones y clases sociales. Ahora también la toma un fontanero. O un abogado. O un albañil. O un periodista. Ya no es exclusiva de esa clase alta, de los poderosos o los ricos. Se ha democratizado. El límite es el sueldo. Y ha sucedido, y sigue haciéndolo, en silencio. Sorprende lo integrada que está como choca que no se hable de ello. Porque de la coca solo se habla para pillar y nunca por su nombre, como si nombrándola se invocara una maldición.

Pero, ¿por qué?

La explicación recurrente es que España es un puerto de entrada ya histórico para la droga en Europa. Sin embargo, aunque eso contribuya, no explica el fenómeno: Portugal, con las fronteras abiertas, el mismo territorio, tiene un consumo 10 veces inferior.

El alto consumo español es un fenómeno poliédrico que trasciende la explicación política recurrente del puerto de entrada y que va más allá de España. El tipo de vida mediterránea, con la socialización del uso frente a otros países con consumos más individuales, favorece también la expansión. Como lo hizo, probablemente, el contraste con la heroína y su epidemia de los años 80 y 90. Hasta entonces ambas sustancias habían estado asociadas como las drogas duras. Ambas eran el objetivo de las campañas que empezaban a hacerse y que proclamaban el no rotundo como única alternativa. Pero se distanciaron. La cocaína no provocó miles de muertos ni estaba asociada con la criminalidad y la marginalidad. Al contrario. La heroína, el caballo, era de yonquis; la cocaína, el perico, de yupis. De la coca hablaban las crónicas en los periódicos a primeros de los 80 como un «signo externo de riqueza» y la comparaban con el caviar. Frente a aquel no y aquel temor de la sociedad, cuando las drogas eran uno de los primeros problemas del país junto al terrorismo y el paro, hasta la desaparición de ese miedo y una cierta trivialización que hace que hoy la cocaína se haya convertido, incluso, en un guiño publicitario. La expansión en España se explica también por el crecimiento económico de los 2000. La España que quería ser una nueva rica. Y la cocaína era la sustancia que mejor lo simbolizaba. Así lo evidencian las cifras. En 2008 se alcanzaba el récord de consumo. Después cayó con la recesión. Durante estos últimos años de mejoría económica está creciendo de nuevo.

La normalización del consumo se ve hoy en el cine. La coca no es ya patrimonio de las escenas de acción, de desfase y sexo o de lobos de Wall Street, ni tampoco solo la coca por toneladas de las series de narcos. Ahora es una cocaína integrada en las vidas ordinarias, en escenas cotidianas, reflejo de la integración fuera de las pantallas. La reciente serie Los años nuevos, de Rodrigo Sorogoyen, es un buen ejemplo de ello. La cocaína en ese contexto de noche, de fiesta, en una generación que ha superado (o debería) los rituales de paso. Y la cocaína, también, reflejada con su impacto negativo, con uno de los personajes acudiendo a un centro de rehabilitación cuando la coca se le ha ido de las manos.España es el país de la Unión Europea donde más personas acuden a tratamiento por la cocaína, aunque esta no se aproxima a las cifras del alcohol. En total, cerca de 10.000 nuevos pacientes al año, casi el doble si se contabiliza a los que vuelven a intentarlo tras haber recaído.

Otros factores que han disparado el consumo y propiciado la normalización no son exclusivamente españoles, sino que suceden en las sociedades occidentales. La cocaína se ha convertido en un producto más de la sociedad de consumo, o de ya hiperconsumo, en la que vivimos. Como la ropa, como los restaurantes, como el ocio, como todo. O en una de sus consecuencias, porque el ser humano siempre ha consumido drogas, pero nunca tanta. En el caso de la cocaína, su producción bate récords cada año y se aproxima ya a las 3.000 toneladas anuales, el triple que hace 15 años, y con 25 millones de personas que la consumen, según los datos de Naciones Unidas.

Hablar de cocaína es hablar de drogas, porque su realidad se aplica con un consumo inferior a otras sustancias (como las anfetaminas, las metanfetaminas, el éxtasis o la ketamina) y enlaza también con el de las drogas de farmacia, de ansiolíticos a sedantes. Pero hablar de cocaína, es, sin embargo, un tabú, uno de los grandes tabús de las sociedades modernas. O lo es hablar de esas drogas o de sustancias en términos diferentes a como se ha hecho. Incluido el placer.

Buscar el placer no implica solo encontrar aquello que da placer, físico o emocional, sino también (las claves están asentadas desde hace siglos) aquello que palia el dolor. El alivio también es una forma de placer. Pero ese placer, entendido de ambas formas, se ha marginalizado históricamente en el debate y las políticas sobre drogas y es necesario también para comprender el consumo y su escalada.

No se trata ya solamente en este debate de la libertad individual de escoger aquello que es perjudicial para la salud, sino de considerar esa dimensión que poseen. Como la tienen las sustancias legales, desde el alcohol al azúcar o todo el consumo que dispara la dopamina en una sociedad adicta a la dopamina, desde las compras a los likes de las redes o los maratones de series. Desterrar el placer del análisis es obviar una clave fundamental para comprender también el consumo. El uso recreativo, no el terapéutico, de las drogas. El consumo por el consumo, por lo que implican, por la diversión, por las sensaciones, por el desfase, por la socialización haciéndolo, por lo que sea. Porque alguien decide que quiere hacerlo, que le gusta. O incluso, en clave terapéutica, por esa desconexión, por el placer de la evasión, por irse, aunque sea por unas horas, a otro mundo, como consecuencia, también, en las sociedades occidentales, de la época que vivimos y de cómo la vivimos. La cocaína como símbolo, hoy, de esa sociedad, del hiperconsumo a la evasión frente a la angustia. Y ahí hay mucho más que una raya. Si se coloca bajo el microscopio, posee muchos ingredientes: desde la política internacional, a la sociología y la psicología. Es una grieta que atraviesa el sistema. Aunque no se hable de ello.
 
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