Análisis militar Juan Rodríguez Garat Almirante (R)
Una fuerza europea en Ucrania. ¿Mareando la perdiz?
Europa tendría que aspirar a desplegar una fuerza disuasoria suficientemente robusta, en sus capacidades militares y en sus reglas de enfrentamiento, para plantar cara al Ejército de Putin
06/03/2025
Puede que
Medvedev, el payaso del
Kremlin, vea a
Europa como una vieja fea y cansada. Es posible que muchos europeos le den la razón. Pero, hoy por hoy, Europa es la última esperanza para quienes querríamos rescatar de sus cenizas la desprestigiada
Carta de la ONU. Para quienes, pensando en nuestros nietos, sentimos que merece la pena recordar las solemnes palabras con las que la Carta comienza: «Nosotros, los pueblos de las naciones unidas, resueltos a preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra…». Puede que todos los pueblos del mundo deseen la paz, pero es obvio que algunos de sus líderes no están por la labor.
El
Artículo 4 de la Carta —que es el que parece molestar a
Trump y a
Putin por igual y, quizá por eso, el que provoca que
Elon Musk coquetee con la idea de sacar a los
EE.UU. de la organización— exige a los miembros de la
ONU abstenerse de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza contra la integridad territorial o la independencia política de cualquier Estado. Pero ¿qué puede hacer el mundo cuándo las dos potencias que tienen los arsenales nucleares más grandes del planeta, ambas con derecho de veto en el
Consejo de Seguridad, deciden que las reglas no están escritas para ellos? ¿Qué pueden hacer las ovejas cuando los perros pastores se ponen de acuerdo para devorar a una de ellas? ¿Correr cada una por su lado esperando vivir un día más a costa de otra menos afortunada?
No quisiera criticar a las ovejas. Ellas no pueden hacer más de lo que hacen. Débiles y desunidas, no son rival para los perros pastores que se vuelven lobos. Pero nosotros no somos ovejas. Tenemos alternativas. Puede que
Europa sea también débil y esté desunida, pero está en nuestra mano que deje de serlo. Está en nuestra mano recuperar la voz que hoy nos niegan tanto
Trump como
Putin. Sin embargo, habrá que hacer algo más que hablar para que nos escuchen.
La tarea que los líderes europeos tienen por delante es inmensa. Tienen que acordar una posición común, aunque quizá sea preciso dejar atrás a la
Hungría de
Orbán y a la
Eslovaquia de
Fico. Las naciones grandes —las potencias nucleares y quizá
Alemania— tienen que liderar, y las que, como
España, no pueden hacerlo, bien harán en cerrar filas en lugar de alborotar. Grandes y pequeños, los gobiernos tienen que hacer pedagogía para explicar a sus pueblos lo que está en juego: o ayudamos a que
Ucrania resista o dejamos que los pastores renegados redefinan el mundo por nosotros.
¿Vamos por el buen camino? Eso quisiera creer yo. Pero, cuando lo urgente es reemplazar la ayuda militar americana y dar esperanza al pueblo ucraniano, siento que perdemos un tiempo muy valioso cada vez que, en el debate entre los líderes europeos, toma un papel protagonista el cuento de la lechera. O, lo que es lo mismo, el despliegue de fuerzas europeas para supervisar un hipotético alto el fuego en
Ucrania.
Cuándo
Para empezar, no hay nada que sugiere que ese alto el fuego esté próximo. Por decir algo tan obvio como que la paz está todavía muy lejos,
Trump ha sugerido estos días que quería reemplazar a
Zelenski. ¿Con qué derecho? Más importante aún, ¿cómo? ¿Tratará de eliminarlo o de orquestar un golpe de Estado? Cosas así se hacían rutinariamente hace algunas décadas. ¿Llegará hasta ese punto la vuelta al pasado de quien hasta ayer fue nuestro aliado?
Con todo,
Zelenski ha hecho bien en cambiar de táctica, ya que no de estrategia.
Trump es más vulnerable al halago que a la confrontación. Si el ucraniano se traga el orgullo y juega bien sus cartas, será
Putin el que no acepte un alto el fuego en las actuales líneas del frente. Nunca lo haría en la zona de
Kursk ocupada por
Ucrania. Y menos todavía desde que todos pudimos oír a
Trump «reforzando la posición negociadora de
Zelenski» por el curioso procedimiento de airear a los cuatro vientos que el ucraniano no tiene ninguna carta ganadora en su mano. De hecho, el dictador ruso no se cansa de decir que no habrá compromiso alguno en la sagrada tarea de «liberar» la totalidad de los territorios de
Zaporiyia, Jersón, Donetsk y
Lugansk. Y, si lleva más de un año tratando de llegar a
Pokrovsk, una ciudad de 60.000 habitantes, haga sus cuentas el lector para saber cuándo podrían callar las armas.
Qué
Llegado el momento del alto el fuego, sería necesario clarificar qué es lo que se pretende desplegando una fuerza de interposición. Si de lo que se trata es de tomar nota de las infracciones de unos y otros, como ocurre con la
UNIFIL, es mejor que no vayan. Con o sin casco azul, tendría que haber un organismo que apoyase la labor de las fuerzas desplegadas. Desaparecida la
ONU, ¿a quién le importaría que Rusia se burlara del alto el fuego?
Una Europa sin armas nucleares tácticas no puede dar miedo a Rusia sin el apoyo que Washington no quiere dar
Como el control no sirve de nada cuando no está respaldado por una autoridad efectiva,
Europa tendría que aspirar a desplegar algo diferente: una fuerza disuasoria. Entienda el lector que esa fuerza debería ser suficientemente robusta, en sus capacidades militares y en sus reglas de enfrentamiento, para plantar cara al Ejército de
Putin. Se trataría de conseguir lo que no logró el batallón de cascos azules holandeses que defendía
Srebrenica de las fuerzas de
Mladic. Para ello, la fuerza desplegada debería ser capaz de garantizar el efecto
tripwire: provocar una carnicería en las filas rusas —e, inevitablemente, sufrir un cierto número de bajas en las propias— para asegurar que una reanudación de los ataques rusos supondría un riesgo elevado de provocar una guerra. Es el miedo a esa guerra el que impondría la paz.
Para una fuerza así harían falta muchas decenas de miles de soldados. Pero, cualquiera que sea su número, no funcionará si los
EE.UU. no colaboran. Por desgracia, una
Europa sin armas nucleares tácticas no puede dar miedo a
Rusia sin el apoyo que, hoy por hoy,
Washington no quiere dar.
Para qué
Imaginemos que, a pesar de todo, desplegamos esa fuerza. ¿Cuál sería su propósito? ¿El final de la guerra, que tendría que ser acordado por
Rusia y
Ucrania en unos términos aceptables para ambas partes o un mero alto el fuego que permita a
Putin reforzarse para luego proseguir la guerra? Ninguna de las dos opciones parece satisfactoria. Un acuerdo justo parece imposible y un alto el fuego sin garantías de seguridad daría ventaja al agresor.
Quién
Y llegamos al «quién». La respuesta es obvia: una coalición de los que deseen participar. Llegados a este punto, más vale que
España esté en la lista. Ni siquiera nos va a costar nada porque no estaremos tratando de separar a
Israel y
Hezbolá, sino intentando proteger a
Ucrania del mayor arsenal nuclear del planeta. Sin la participación de los
EE.UU., no habrá interposición hasta que alguien gane la guerra… y, cuando eso ocurra, dejará de ser necesaria.
Ojalá me equivoque, pero me temo que el debate sobre la fuerza de interposición no supone más que marear la perdiz. Y, si es solo eso, bien podrían algunos pacatos líderes europeos creer que pueden presumir de bravura sin correr excesivos riesgos. Por eso, no puedo —y bien que lo siento— finalizar este artículo sin recordar los conocidos versos de
Cervantes.
No sé a usted, pero a mí no me gustaría ver a
Europa en esa tesitura.
https://www.eldebate.com/internacional/20250306/fuerza-europea-ucrania-mareando-perdiz_275764.html