Croisière noire: la expedición de Citroën por África que marcó un antes y un después
En una época donde el motor todavía era sinónimo de progreso, conquista y aventura, Citroën protagonizó una de las expediciones más audaces de los años 20: la «
Croisière Noire» o Travesía Negra. Esta travesía, que unió Argel con Ciudad del Cabo entre 1924 y 1925, no fue solo un hito técnico y logístico, sino también una poderosa herramienta de marketing, ciencia y diplomacia colonial, orquestada por el propio
André Citroën.
Citroën no solo era un industrial visionario, sino también un
maestro del marketing. Tras las dificultades económicas que había enfrentado la compañía durante los primeros años de la década,
André Citroën quiso demostrar al mundo la
fiabilidad de sus vehículos y reforzar la imagen de su marca.
La «Croisière Noire» fue concebida como una epopeya moderna, una forma de asociar el automóvil a los
grandes relatos de aventura y conquista. Además, buscaba mostrar que la tecnología francesa podía imponerse incluso en los entornos más hostiles del planeta, fortaleciendo así tanto su
reputación empresarial como la presencia geopolítica de Francia en sus colonias africanas.
El origen de una idea visionaria
La idea de atravesar el continente africano en automóvil nació tras el éxito de una
primera expedición en 1922 por el desierto del Sahara. Citroën, con una visión empresarial muy por delante de su tiempo, comprendió el potencial de unir su marca a las grandes exploraciones del siglo XX, tal como hacían los imperios con sus conquistas. Así nació la Croisière Noire, una expedición científica, cultural y comercial que pretendía recorrer más de
20.000 kilómetros por el corazón de África, cruzando franjas de terreno que hasta entonces habían sido inaccesibles para los vehículos a motor.
Citroën veía estas expediciones como
campañas publicitarias vivas. Para él, mostrar al mundo que un coche podía cruzar el Sahara o la selva ecuatorial era tan importante como lanzar un nuevo modelo. Esta estrategia no solo le reportó reconocimiento internacional, sino también
importantes beneficios económicos gracias al aumento de ventas derivado del impacto mediático.
El vehículo: Citroën P4T
Para tamaña empresa, Citroën necesitaba algo más que un coche convencional. El elegido fue un vehículo revolucionario para su tiempo: el
Citroën-Kégresse P4T, una suerte de automóvil-oruga desarrollado por el ingeniero Adolphe Kégresse, quien había trabajado anteriormente para la corte zarista rusa. Se basaba en el Citroën B2, aunque con la modificación principal de montar la oruga en el eje trasero.
Este coche no utilizaba ruedas traseras tradicionales, sino una
oruga flexible que permitía desplazarse por arena, barro y terrenos irregulares con una tracción insólita. En total, la expedición
contó con ocho de estos vehículos, que fueron modificados para transportar personas, equipo científico y material cinematográfico, ya que la travesía fue documentada con gran detalle. Una de las claves fue las mejoras en la refrigeración del motor para el clima cálido. También una nueva transmisión de seis velocidades con diferencial y una mayor altura al suelo.
Una expedición de ciencia, cultura y poder
La «Croisière Noire» no fue una aventura improvisada. A bordo iban
17 personas, entre ellos científicos, médicos, geógrafos, cineastas y periodistas. Destacaba la presencia de Georges-Marie Haardt como jefe de la expedición, junto a su adjunto: Louis Audouin-Dubreuil.
Durante ocho meses, recorrieron el continente africano desde el norte de Argelia hasta el extremo sur, atravesando el Sahel, la sabana, selvas ecuatoriales y ríos caudalosos.
A lo largo del camino
documentaron especies animales y vegetales, culturas locales y aspectos antropológicos, siempre desde una mirada occidental propia de la época. También se enfrentaron a complicaciones en la ruta, ya que en muchos tramos
no había ni caminos que seguir. Se encontraron con tribus indígenas y hablaron de «mujeres de la meseta» y de «hombres leopardo» que hacían sacrificios humanos, aunque muchos creen que se trató más de un reclamo para la expedición.
El viaje también
supuso un desafío diplomático: se necesitó la autorización de las autoridades coloniales francesas y británicas, así como la colaboración de comunidades locales que facilitaron el paso de la caravana. La logística fue milimétrica, con paradas planificadas y puntos de reabastecimiento previamente coordinados, algo especialmente complejo en territorios remotos. No
Repercusiones para la marca y el mundo del motor
La «Croisière Noire» marcó un antes y un después en la
percepción de los vehículos todoterreno. Demostró que el automóvil podía ser una herramienta de exploración, capaz de llegar donde ni siquiera los trenes o los barcos habían llegado. Para Citroën, fue una acción publicitaria sin precedentes, que posicionó a la marca como una de las más innovadoras del mundo. Se vendieron sus vehículos con orugas a distintos ejércitos y se hizo respetar entre los fabricantes.
También
sentó las bases de futuras travesías como la Croisière Jaune (por Asia en 1931-32) y la Croisière Blanche (por Canadá), consolidando una narrativa de vehículos preparados para la aventura global. Además, esta expedición dio lugar a un
importante legado cultural: la película «La Croisière Noire» dirigida por Léon Poirier en 1926 capturó con un enfoque épico los momentos más significativos del viaje, combinando documental y ficción.
Asimismo, numerosas fotografías y láminas artísticas tomadas durante la travesía fueron posteriormente expuestas en
instituciones tan relevantes como el Museo del Louvre, lo que consolidó el impacto visual y simbólico de la expedición en la cultura francesa y europea de la época.
Un legado entre la historia y la leyenda
Casi un siglo después, la «Croisière Noire» sigue siendo una referencia en la
historia de la automoción y de la exploración. No solo por la audacia de cruzar el continente africano con medios mecánicos, sino por la visión de André Citroën al entender el potencial del coche como herramienta cultural, comercial y comunicativa.
Entre las múltiples curiosidades que dejó la expedición destaca el hecho de que algunos de los vehículos Citroën-Kégresse
continuaron utilizándose en el continente africano años después del viaje, mientras que sus participantes publicaron libros y diarios que detallaban tanto los avances científicos como las peripecias humanas del trayecto. Citroën, por su parte, continuó usando las imágenes de la travesía
en su publicidad durante décadas, reafirmando su rol como pionero de la movilidad internacional.
La expedición fue mucho más que una demostración de potencia:
fue una declaración de intenciones. Y el Citroën-Kégresse, el vehículo que lo hizo posible, se ganó un lugar eterno entre los iconos de la historia del motor.
La Croisière noire es el nombre que recibió la expedición en la que André Citroën cruzó toda África entre los años 1924 y 1925.
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