Ucrania asfixia la economía de guerra rusa con sus 'drones sancionadores' contra sus refinerías
Los drones de Kiev ya paralizan 21 de sus 38 refinerías y terminan con el 38% de la capacidad de refinado de Rusia. Todo el país sufre la carestía extrema de gasolina
Refinería atacada y en llamas en Klintsy, una ciudad de la región de Bryansk, en Rusia.AP
Pablo Pardo,
Alberto Rojas
Ucrania ha decidido prender fuego a una refinería rusa por cada aldea destruida que Rusia ocupe en el Donbás. En ese juego de intercambio, los drones ucranianos
han inutilizado durante los dos últimos meses 21 plantas de un total de 38 grandes complejos existentes, algunas situadas a miles de kilómetros de Ucrania. Durante el fin de semana, la lista se amplió con la refinería de Yaroslavl y la estación de bombeo de Sukhodolnaya, en la región de Rostov, atacadas por al menos 10 drones. El viernes, varios aparatos impactaron contra la planta de destilación —la zona más crítica— de la refinería de Orsk.
Rusia, el país más grande del planeta,
no tiene recursos para proteger todas sus infraestructuras. Con la mayor parte de sus baterías antiaéreas implicadas en la guerra de Ucrania, el resto del territorio permanece casi indefenso ante los enjambres de drones AN-196 Liutyi ("Furioso", en ucraniano),
una versión local del Shahed usado por los rusos. No transportan demasiado explosivo, pero se dirigen a lugares cargados de combustible inflamable, por lo que no se necesitan armas muy potentes para causar un gran incendio.
Racionamiento estilo URSS
El
impacto en la economía de guerra rusa es considerable: los ataques han provocado
que el sector pierda un 38% (cifra reconocida por Moscú) de su capacidad de refinado. Estaciones de servicio en diversas regiones se han quedado sin combustible, especialmente gasolina, lo que ha generado largas colas de vehículos y suministros intermitentes. En otras zonas la venta se ha limitado a 30 litros por coche, un racionamiento que recuerda a la Unión Soviética. En regiones como Crimea, la escasez es tan severa que el Kremlin ha tenido que prohibir la exportación de gasolina e incluso ordenar compras a su aliado chino.
Estos ataques suponen
un quebranto enorme para una economía tan poco diversificada como la rusa, dependiente del gas y del petróleo como principales financiadores de su máquina de guerra. Las refinerías dañadas permanecerán meses fuera de servicio debido a la dificultad para conseguir componentes de recambio, ya que la tecnología es occidental y, por tanto, está sometida a sanciones. Sin repuestos ni servicio oficial, las reparaciones se alargan o quedan incompletas. Además, se están produciendo accidentes, porque
el Gobierno ha pospuesto mantenimientos programados, lo que eleva el riesgo operativo y multiplica los cuellos de botella.
Las consecuencias se han notado desde los campos petrolíferos de Dakota del Norte hasta las salas de contratación de Houston y Londres, pasando por el puerto de Bombay y las refinerías de la provincia china de Shandong.
Es lógico:
Rusia es el tercer mayor productor de petróleo del mundo (prácticamente empatado con Arabia Saudí, que ocupa el segundo puesto) y el segundo exportador. Su capacidad de refino se ha desplomado, así que era inevitable
que el mercado mundial se viera afectado. Al no poder transformar el crudo en gasolina, gasóleo u otros derivados, la situación es tan extrema que el Kremlin ha prohibido exportaciones y ha limitado las de gasóleo y otros productos hasta, al menos, 2026, con el objetivo de abastecer mínimamente su mercado interno.
La alternativa de Moscú
es exportar petróleo sin refinar, lo que se denomina "crudo" o "petróleo bruto". Según Reuters, la crisis de los bombardeos ha permitido a Rusia aumentar en un 25% las exportaciones de crudo solo desde sus tres puertos occidentales: Ust-Luga y Primorsk, en el Báltico, y Novorossíisk, en el mar Negro.
El problema es que
el crudo resulta mucho menos rentable que los productos refinados. En las refinerías rusas, el llamado "1:2:3 crack spread" —la diferencia entre el precio del barril de crudo y el de gasolina, gasóleo o queroseno— es elevado, y los ataques ucranianos han arruinado ese negocio. El ganador es China, que antes compraba a Rusia derivados petrolíferos y ahora recibe crudo más barato, lo procesa y se queda con los márgenes.
De ahí que en las últimas semanas haya circulado cierta histeria en redes sociales sobre las gigantescas compras chinas de crudo ruso e iraní, que algunos interpretaban como
preparativos para una guerra por Taiwan, sin tener en cuenta que Pekín simplemente aprovecha la llegada masiva de petróleo ruso sin refinar. A ello se suma la amenaza de aranceles de Donald Trump a la India si no deja de comprar crudo ruso, medida que ya ha surtido efecto: Adani, el mayor operador de puertos indio, ha cesado sus compras,
lo que incrementa aún más la oferta.
Sobra petróleo
Putin tiene otro problema: en 2025 sobra petróleo. Los países de Oriente Próximo han incrementado su producción en un contexto de bajo crecimiento global y, por tanto,
de débil demanda. Datos preliminares de Bloomberg señalan que hay entre 6 y 12 millones de barriles sin comprador en el Golfo Pérsico. Con el Brent en 66 dólares,
Arabia Saudí atraviesa problemas económicos serios y se ha visto obligada a permitir la venta de empresas cotizadas a extranjeros.
Riad también ha amenazado con inundar el mercado hasta que el barril baje a 50 dólares, algo que puede permitirse porque producirlo le cuesta apenas 8,30 dólares. Para Rusia sería letal: el coste medio de extracción en sus grandes yacimientos oscila entre 40 y 50 dólares, y vende a través de su flota "fantasma" a unos 60. Con un barril a 50, operaría a pérdidas. Además,
no pueden explotar nuevos yacimientos sin tecnología occidental, vetada por las sanciones.
Arabia Saudí impulsa esta bajada de precios por tres motivos. El primero, porque
muchos miembros de la OPEP exportan más de lo que permiten sus cuotas, y Riad quiere imponer disciplina; como es el único país con capacidad extractora y de refino excedente, puede inundar el mercado, como ya hizo en 1998 y 2020.
Inflación baja
El segundo motivo es político: Mohamed bin Salman (MBS), príncipe heredero saudí, mantiene una excelente relación con Jared Kushner y, a través de él, con su suegro, Donald Trump. El presidente estadounidense no quiere que la inflación aumente, y dado que sus aranceles han encarecido la extracción doméstica, MBS no tiene interés en perjudicarlo.
Pero las amistades no son absolutas.
El tercer motivo de Riad es hundir a los productores estadounidenses de fracking, grandes aliados de Trump. EEUU es el mayor productor de petróleo, pero lo hace mediante una técnica cara y controvertida. Aunque el
fracking ha tenido avances espectaculares, el coste medio por barril en Dakota del Norte ronda los 60 dólares, y en Texas, los 30. Trump, además, ha encarecido el sector al imponer aranceles al acero y al hierro, lo que elevó los precios de tuberías y equipos. El resultado: en 2025 la producción estadounidense se mantendrá plana respecto a 2024, y las fortunas de magnates como Harold Hamm, antes beneficiados, han dejado de crecer.
Trump busca salidas al petróleo estadounidense, y mejor aún si son acuerdos preferentes que garanticen precios ventajosos para sus aliados. Paradójicamente, pretende reemplazar el crudo ruso que compran Hungría y Eslovaquia, países cuyos líderes son aliados de Putin, con petróleo de EE.UU. También ha propuesto a India sustituir el petróleo ruso por el estadounidense. Ahora,
los drones ucranianos podrían facilitarle esa estrategia.
Los ataques refuerzan un escenario de estanflación —escasez de combustibles, tipos de interés altos y gasto bélico elevado— y aumentan el riesgo de recesión. Pero mientras Rusia pueda vender crudo, racionar internamente la gasolina y mantener controles,
lo más probable es un deterioro económico sostenido, no un colapso súbito.
Ucrania ha decidido prender fuego a una refinería rusa por cada aldea destruida que Rusia ocupe en el Donbás. En ese juego de intercambio, los drones ucranianos han inutilizado...
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