Píldoras 2020, capítulo 9: Jordi Torres, campeón de la Copa del Mundo de MotoE 2020. Cosecha del 87, Jordi Torres cumplió 33 años el pasado mes de agosto. Una edad en la que se presupone un declive, al menos en el contexto frenético del panorama actual en el que la mayor virtud de un piloto parece ser su precocidad salvo contadas excepciones como Andrea Dovizioso, Valentino Rossi o, sobre todo, Jonathan Rea, también del 87. La diferencia es que, mientras esos tres ya habían llegado a una moto ganadora en un campeonato top a los 33, Jordi Torres vio cómo se le cerraban todas las puertas que había ido tocando los últimos años. Tras salir de Moto2 por la puerta de atrás víctima del empequeñecimiento de Suter ante el descomunal crecimiento de Kalex, encontró hueco en Superbike. Solo un año tuvo moto ganadora allí, con la ‘mala suerte’ de que ese año fue el primero. Acabó el año consiguiendo su primera victoria, entrando en el selecto club de pilotos que han ganado tanto un GP como una manga de Superbike. Pero Aprilia se fue y desde entonces estuvo batallando con motos en las que alcanzar el podio era poco menos que una utopía. Sacó petróleo de la BMW, de la MV Agusta y de una Kawasaki que estaba a años/luz de la del Provec. Por el camino, pudo ser piloto de MotoGP unas pocas carreras, aunque sin entrenamientos previos, moto ganadora ni continuidad. Y para colmo, se quedó sin sitio en el Mundial de Superbike para 2020. Con 33 años, su trayectoria internacional se complicaba. Jordi Torres festeja la victoria conseguida en la penúltima carrera de MotoE 2020 en Le Mans Una cosa nunca cambió: las ganas de Torres de correr en moto. Daba igual la cilindrada, el campeonato e incluso el tipo de motor. Por eso, cuando se esfumó su plaza en el WorldSBK, no solo tenía ya otra cosa cerrada. Tenía dos. Por un lado, en el ESBK con la Honda del Laglisse. Por otro, lo que marcó como prioridad: la Copa del Mundo de MotoE con el equipo de Sito Pons. Llegó a firmar con el Moriwaki Honda para el Mundial de Superbike pero no llegó a debutar, ya que el Covid-19 comprimió los calendarios y lo hacía inviable. Podía enfocarse en dos objetivos, pero siempre teniendo clara su prioridad: pese a que Superbike era un territorio que conocía mejor, MotoE iba por delante. Por lo tanto, el plan era ganar carreras en el ESBK sabiendo que se perdería varias y el título era una quimera, y aprender lo más rápido posible ese desconocido universo eléctrico en un puñado de sesiones y una temporada recortada. Sin estar entre los favoritos, comenzó a sumar y aprovechar errores de los rivales. Toda la experiencia que le faltaba con la moto eléctrica le sobraba peleando campeonatos, recordando los títulos nacionales de Moto2 en 2011 y 2012. Así, yendo de menos a más y sin fallar ni una sola vez, llegó la victoria y después el título. Con 33 años y tras haber cambiado de categoría, moto, piloto y todo lo que se puede cambiar, sigue demostrando que tiene batería para rato.
Un tío que me cae genial y por el que me alegro que por fin haya conseguido un título, aunque sea con las lavadoras, cuyas carreras debo decir que son bastante entretenidas y peligrosas. Se meten unos buenos zurriagazos y esos chismes de 260 kg dando tumbos sin control acojonan bastante.
Coincido. Un tío que cae bien a todo el mundo. Lástima que no haya tenido mucha suerte, porque creo que es un buen piloto. Un saludo.